En este oficio es fundamental poder tener una mirada amorosa hacia el niño y/o la niña que viene a consulta. Esto es básico para comprender en qué consiste la terapia Gestalt infantil y, en mi opinión, así debería ser también desde cualquier otro enfoque psicológico. Cuando me refiero a una mirada amorosa va implícito, obviamente, que desde el principio se trata de una mirada y una escucha muy respetuosa, y con una actitud en la que no dejo de aprender de quien tengo delante. Si se da ese espacio de respeto será posible escucharle y que se escuche en su dolor, su tristeza, sus preocupaciones, sus alegrías, sus miedos y un largo etcétera. Porque a los niños les pasan infinidad de cosas y no siempre saben cómo expresarlas, de ahí la importancia de saber leer entre líneas todo lo que comunican a través del juego.
A veces es un niño que repite lo que mamá quiere escuchar para ser una “buen niño”, tal vez porque tiene miedo a decepcionar a quien más quiere y porque su comportamiento suele estar influenciado por el miedo a que dejen de quererle. Los niños pueden sentirse muy solos e incomprendidos a pesar de que estén recibiendo mucho amor y mucho cariño.
Que no esté poniendo palabras a lo que sucede y a lo que siente no significa que no se esté enterando perfectamente de lo que sucede a su alrededor.
Desde la Gestalt al niño lo tratamos como un ser único, vivo y en constante desarrollo e interacción con el entorno. Esta perspectiva más global y compleja permite una intervención mucho más dinámica y no tan sistematizada o rígida como ocurre desde el enfoque de otras corrientes psicológicas.
Violet Oaklander (2012) comenta en su libro ‘El tesoro Escondido’ que el niño que viene a terapia acude dañado en dos aspectos:
- Tiene problemas en hacer un buen contacto: con los padres, amigos, familiares y maestros.
- Tiene generalmente un pobre conocimiento y entendimiento de sí mismo.
Por eso es tan importante poner atención en enseñarle a que conozca y sepa mencionar sus emociones, legitimándolas desde una mirada sana y, lo mas importante, que se pueda diferenciar, en caso necesario, de cómo le etiquetan sus padres. De este modo se va esbozando un nuevo dibujo del mismo niño que es, ni más ni menos, el que el mismo va descubriendo que sí habla de su verdadera manera de pensar, sentir y actuar. Es importantísimo no verlo como un ser defectuoso o lleno de problemas, y mucho menos que se trata de una persona enferma. Se trata de ayudarle a entender que en su desarrollo irá teniendo experiencias agradables y desagradables, algunas muy dolorosas y traumáticas, y que esto forma parte de la vida de todos sin excepción.
Conocer a los padres, entender qué ha ocurrido en sus historias de vida y cuales son sus heridas infantiles hará que el trabajo sea mucho mas rico para la mejora del niño y para la de los propios padres. Yo a esto lo llamo poner conciencia en las heridas que, sin conciencia y sin mala intención, los padres están transmitiendo a sus hijos. Y alumbrar esa oscuridad permite que los padres se den cuentan de que, generalmente, con sus actitudes hacia sus hijos están tratando de reparar las heridas que ellos mismos recibieron en sus respectivas infancias sin poder ver que las heridas de sus hijos son diferentes y por tanto requieren de otras intervenciones. Es por esto que es tan frecuente oír esto de que “lo mejor que pueden hacer unos padres por sus hijos es conocerse y trabajarse ellos a sí mismos”. De lo contrario se hace muy difícil educar y guiar porque muchos padres pretenden darles a los hijos lo que ellos no tuvieron o negarles lo que tuvieron en exceso y vivieron como dañino.
Escrito por: Ana Jiménez, terapeuta infantil y de adolescentes. Miembro del Equipo del Centro de Psicología SAL, Jerez de la Frontera, nos habla de La TERAPIA GESTALT INFANTIL