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Imprescindible el trabajo personal del terapeuta. Nuestro proceso personal, nuestro recorrido, nuestra conciencia…son básicos para poder ejercer, para poder escuchar, apoyar, confrontar, y ayudar. Sin ese trabajo personal, para nosotros terapeutas humanistas, es inviable poder acompañar a una persona. Guillermo de Borja habla de ello cuando escribe sobre la autenticidad del terapeuta en “La locura lo cura”:
”Hay personas que se vuelven maniáticos en de los cursos teóricos, de la psicología teórica universitaria o de libros, para así mejorar sus defensas. Me refiero a aquellos que se paralizan si no van al curso de formación teórica, que esconden su poco desarrollo personal en la adquisición de más y más información. Pero la base de todo es el desarrollo vivencial. Si uno no tiene más de diez año en ese camino va a deformar cualquier técnica que reciba. Las técnicas han sido desarrolladas por quienes han culminado un desarrollo personal. Una persona o terapeuta que no haya avanzado en este camino cuanto más estudie peor. Terminará subdesarrollándose : poco crecimiento interior y megalomanía de desarrollo exterior. El crecimiento tiene que ser simultáneo, coherente. Si no las técnicas van a ser asimiladas de forma mecánica. La técnica es insensible, lo que vivifica es la conciencia. La técnica funciona si la persona está plenamente viva. Ahí tienen éxito las técnicas, porque el terapeuta o la persona las ha aplicado primero en él mismo, las ha vivenciado y ha tenido una experiencia que trasciende lo mental, lo emocional. Repito: un terapeuta o persona que trabaje con personas, sin trabajo personal es un robot, un enfermo más. La base de la teoría, de una técnica , de una escuela, es la experiencia. Hay momentos en que es necesario descender al pozo oscuro, a lo indeseado, a lo temido, al odio. Tenemos que enfrentarnos al odio no tratado, no reconocido, y por tal no aceptado. Es muy fácil trasferenciar en forma positiva, hablarle bonito al paciente. es más fácil no contradecirlo y darle cuerda, seducirlo más que conflictuarlo. Pero la persona tiene que pasar por el conflicto, aunque jamás quiera entrar ahí. Nadie puede entrar en ese proceso con lógica siendo razonable y comprendido. Uno tiene que “provocar”, despertar al paciente, no por maldad, sino para procurar el contacto aunque sea a través del odio. Si quiero trabajar la trasferencia negativa tengo que buscar y provocar situaciones de crisis. Si esto se logra, el riesgo es quedarse sin el paciente. Lo cual es una amenaza, junto con ser odiado y que se hable mal de él. Esto es una mala propaganda, es echarnos enemigos de antemano. La reputación, la imagen, se deteriora. Así son muy pocos los terapeutas, que quieren trabajar la trasferencia negativa. Resolver no es hacer ejercicios de abandono, es vivenciar la amenaza de la pérdida total del objeto amado”
Ana León